George Romero comenzó su carrera como la mayoría de los recién titulados de cinematografía: participando en cortometrajes y grabando comerciales. Pero eso no era su meta al iniciar su carrera, por lo que 8 años después de concluir sus estudios formales, decidió junto a sus dos socios (John Russo y Russell Streiner) hacer una película de terror, una de Zombies.

Con sus socios, Romero trabajó su propia productora y, entre los tres, reunieron $114.000USD para financiar su opera prima «La noche de los muertos vivientes». Esta película estrenada en 1968 y nos muestra como los muertos vuelven a la vida, son violentos y caníbales.
Más allá de la trama central, un grupo de sobreviviente resguardándose de una plaga de muertos vivientes, hay un mensaje político en las interacciones de la película. Algo que, según el propio Romero, no fue intencional si no que surgió de forma espontanea. Algo inevitable, según él, si juntas a un grupo de artistas encerrados en una cabaña en medio de una granja, que dialogan en sus ratos libres de como va la sociedad.
Romero no inventó a los zombies, lo hizo pensante. No con cerebro, sino con mensaje.
El crecimiento de una voz – la filmografía esencial
La filmografía de George Romero es extensa, pero en estos 6 títulos podrás ver la evolución de su mensaje a largo del tiempo y su trabajo.

Night of the Living Dead (1968)
Resumen: Un grupo de sobrevivientes se encierra en una casa mientras el mundo colapsa afuera. El peligro no son los muertos, sino la desconfianza entre los vivos.
Simbolismo: En esta película el terror surge de lo social. La elección de un protagonista afroamericano en plena era de segregación racial no fue planeada, pero cargó la cinta de significado político. El final —frío y devastador— se convirtió en un espejo de la América de los sesenta: una sociedad incapaz de reconocer la humanidad del otro.
Dawn of the Dead (1978)
Resumen: En plena expansión del apocalipsis de zombies, un grupo de sobrevivientes se refugia en un centro comercial.
Simbolismo: Aquí Romero afila su discurso: el zombie como consumidor vacío. La vida (o muerte) dentro del mall es una parodia del capitalismo. Incluso convertidos en monstruos, los humanos siguen recorriendo los pasillos de las tiendas, movidos por una memoria absurda de consumo. Es el retrato de una sociedad que sigue comprando mientras todo se desmorona.
Day of the Dead (1985)
Resumen: En un búnker subterráneo, científicos y militares intentan encontrar una solución al brote zombie.
Simbolismo: Esta película es la más oscura del ciclo original. Muestra el colapso del poder y la ciencia, dos pilares de la modernidad. El experimento con “Bub”, un zombie que comienza a mostrar aprendizaje, revela la ironía central de Romero: los muertos pueden recuperar humanidad, los vivos ya la perdieron.

Land of the Dead (2005)
Resumen: En una ciudad amurallada, los ricos viven aislados mientras los pobres y los zombies sobreviven afuera.
Simbolismo: Romero vuelve a su crítica social, ahora dirigida al abismo de clases. La civilización se reconstruye repitiendo los mismos errores: privilegio, desigualdad, violencia estructural. El zombie se convierte en símbolo de resistencia: la multitud que reclama lo que le fue arrebatado.
Diary of the Dead (2007)
Resumen: Un grupo de jóvenes cineastas documenta el inicio del apocalipsis a través de sus cámaras y redes.
Simbolismo: Aquí Romero denuncia la saturación mediática y el ego digital. La cámara no registra para entender, sino para mostrarse. En un mundo que se graba a sí mismo incluso en medio del fin, la pregunta es si buscamos verdad o atención. Los zombies ya no muerde: se viraliza.

Survival of the Dead (2009)
Resumen: Dos familias enfrentadas en una isla intentan domesticar a los muertos.
Simbolismo: Es la película más alegórica de Romero: la obsesión humana por controlar lo incontrolable. Aquí el zombie encarna la imposibilidad de aceptar la muerte, la incapacidad de soltar. Todos buscan sobrevivir, pero ninguno vive realmente.
Los zombies como símbolo del tiempo
A lo largo de su obra, George Romero hizo mucho más que filmar muertos caminando: filmó a la sociedad viva que los generaba.
Cada década fue un espejo distinto. En los sesenta, el miedo venía del otro —el extranjero, el distinto, el que desafía el orden. En los setenta, el temor se volvió interno: la masa que consume sin pensar. En los ochenta, el horror se institucionalizó; ya no temíamos a los monstruos, sino a quienes tenían autoridad sobre ellos.
Y cuando el siglo XXI llegó, Romero nos devolvió el reflejo más incómodo: nosotros, observándonos a nosotros mismos, incluso en medio del apocalipsis, a través de una pantalla.
El zombie evolucionó con el tiempo, pero nunca dejó de ser humano.
Su cuerpo en descomposición es sólo una metáfora del desgaste de la conciencia colectiva. Y su hambre —infinita, absurda, sin propósito— es el eco de nuestra incapacidad de detenernos, incluso cuando ya no queda nada por devorar.

En el fondo, los zombies de Romero nunca buscaron comernos: sólo querían recordarnos que seguimos vivos por costumbre.
Romero entendió que los zombies no eran los monstruos, sino el reflejo. Nosotros éramos la plaga, ellos sólo la consecuencia.
La eternidad del hambre
Hemos sido zombificados a través de las rutinas de la sociedad.
Algo difícil de escapar si pensamos que nuestras rutinas, en su mayoría, son sociales.
Destinamos un día para hacer el mercado; una planificación al mes para la compra de insumos, aún sabiendo que todos irán al supermercado por esa gigante lista de víveres. Las salidas con los niños… ¿al parque? las mismas golosinas y atracciones. ¿Al mall? las mismas frituras y vitrinas. Incluso aquello que pensamos es un “tiempo de esparcimiento” termina siendo un plan rutinario, donde la posibilidad de improvisar suena peligrosa.
Finalmente nos convertimos en el mismo monstruo que gruñe y nos pide de nuestro cerebro porque el de ellos no funciona. La diferencia está en que el del zombie está atrofiado, y el nuestro aún funciona… pero está dormido.
Romero sólo nos mostró lo inevitable: el hambre no muere, se transforma. Hoy ya no se trata de devorar carne, sino de consumir tiempo, experiencias, validación.
El hambre humana es infinita porque siempre busca llenarse de algo que la trascienda: el cuerpo, la gloria, la permanencia. Pero cuando ese deseo se repite sin conciencia, lo que fue necesidad se convierte en condena.
El zombie no es la pesadilla, es el recordatorio. Nos recuerda lo que perdemos cada vez que vivimos sin presencia, cuando repetimos sin sentir. Porque tal vez el verdadero apocalipsis no será el día en que los muertos caminen, sino aquel en que los vivos dejemos de mirar.
