¿Por qué amamos el miedo?

Un breve paseo por el placer del terror

El miedo es una emoción que nos recuerda que estamos vivos. Nos acelera el corazón, nos corta el aliento y, aun así, volvemos a buscarlo. ¿Por qué? Porque nos permite rozar el abismo sin caer en él.

En la vida real, el miedo paraliza. En el arte, lo transforma todo en experiencia. Frente a una pantalla o dentro de un libro, el peligro se vuelve juego: podemos mirar la oscuridad de cerca sabiendo que, al final, habrá una salida. Esa distancia entre lo que tememos y lo que sabemos que no puede tocarnos es lo que hace del terror un placer.

También hay un miedo que seduce: el de mirar aquello que negamos. Las historias de terror nos devuelven los rostros que escondemos —la culpa, el deseo, la fragilidad— y los proyectan fuera de nosotros. Por un momento, el monstruo tiene nombre, forma y final. Y eso nos alivia.

¿Qué parte de ti despierta cuando sientes miedo? ¿La que se defiende… o la que observa fascinada? En mi caso, al sentir temor pueden ocurrir dos cosas: me escondo para no afrontar lo que me atemoriza; o lo niego, sigo de largo, como si nada. Pero sólo es una máscara para protegerme.

De joven la sensación era distinta: despertaba fascinación, al punto de querer saber todo aquello que me atemorizaba, creyendo que al conocerlo el miedo dejaría de existir. Suena lógico hasta que entiendes aquella frase de Nietzsche: “Si miras mucho tiempo al abismo, el abismo también te mira a ti ”. Y ahí es cuando te arrepientes, y simplemente te escondes o pasas de largo, restándole importancia para no paralizarte de miedo.

Si el miedo revela lo que más valoramos, ¿Qué crees que te está mostrando el tuyo?

Reconozco que mi miedo es a ser vista, pero el hecho de expresarme es justamente lo contrario.
Tras ese temor se esconde otro: el temor a ser juzgada de forma injusta. Porque entiendo que siempre seremos observados, pero… ¿qué pasa si ese juicio es injusto?
Ese es mi verdadero temor.
Al final, es una cadena: un miedo escondido detrás de otro miedo.

Quizás amamos el miedo porque, en secreto, nos enseña a soltar el control. A reconocer que no todo puede entenderse. A vivir en ese filo donde lo racional se quiebra y lo humano respira.

El miedo, al fin y al cabo, no sólo nos amenaza: nos acompaña.
Y mientras sigamos sintiéndolo, recordaremos que aún hay algo dentro que late.