The Show Must Go On

Hay canciones que parecen hechas para el fin del mundo. No porque hablen de destrucción, sino porque contienen la fuerza exacta que se necesita para seguir viviendo cuando todo parece estar terminando. “The Show Must Go On” de Queen pertenece a esa categoría de himnos que no sólo se escuchan, sino que se sostienen dentro del alma como un recordatorio de que la vida, incluso cuando duele, sigue siendo digna de ser vivida.

La historia de una leyenda

Lanzada en 1991 dentro del álbum Innuendo, la canción fue escrita principalmente por Brian May, aunque todo Queen participó en su creación. Fue la última gran interpretación de Freddie Mercury, grabada cuando su cuerpo ya estaba debilitado por el SIDA, pero su espíritu seguía encendido con una intensidad que ningún diagnóstico pudo apagar.

May temía que Freddie no lograra cantar las exigentes líneas vocales, pero el cantante lo desafió: “I’ll f***ing do it,darling”. Y lo hizo. En una sola toma, se dice que con una copa de vodka en la mano, Freddie dejó una de las actuaciones más poderosas de la historia del rock.

La letra abre con una pregunta que resuena como eco existencial: “Empty spaces, what are we living for?”. Esa primera línea condensa el tono de la canción —un cuestionamiento profundo sobre el propósito, sobre la rutina que a veces vacía y las máscaras que usamos para continuar.

Una canción con lectura y sublectura

“The Show Must Go On” no es una simple metáfora teatral; es la aceptación de que la vida es un escenario en el que, aunque el maquillaje se agriete y la energía se agote, seguimos interpretando nuestro papel porque algo dentro de nosotros se niega a rendirse.

Freddie canta con un filo emocional que no necesita artificios. “My make-up may be flaking, but my smile still stays on”. Su voz, cargada de vulnerabilidad y heroísmo, hace que cada palabra se convierta en un acto de resistencia. La canción no busca compasión, sino transmitir el poder de continuar, de mantener la dignidad incluso en el borde del abismo.

Musicalmente, “The Show Must Go On” es un ejemplo sublime del rock sinfónico de Queen: sintetizadores que evocan cuerdas, un bajo que late como un corazón agotado pero firme, y una guitarra de May que suena como si rasgara el cielo. Todo se eleva hacia un clímax donde Freddie canta “I’ll face it with a grin, I’m never giving in”, y uno entiende que no está hablando sólo de una carrera o un escenario, sino de la vida misma.

Más allá de su contexto biográfico, la canción encierra un mensaje universal: la trascendencia. “Fairytales of yesterday will grow, but never die. I can fly, my friends.”, canta Freddie, y en esa línea final hay algo que se eleva más allá del dolor. Es el reconocimiento de que las historias que vivimos, las huellas que dejamos, siguen creciendo incluso después de que ya no estamos. Freddie sabía que su tiempo se agotaba, pero también sabía que su voz —su arte— viviría más allá de él.

El espíritu de la persistencia

Elegí esta canción para noviembre porque representa el espíritu de persistencia que define a los creadores. Incluso en los momentos más duros, Mercury no se rindió. Pudo haberse retirado, pero eligió crear. Esa decisión de seguir dejando una huella, aun cuando la vida se apaga, es la chispa que convierte al arte en un legado.

“The Show Must Go On” no sólo fue su despedida; fue su declaración final de amor por la música, por el proceso creativo, por la vida misma. En el fondo, la canción nos recuerda que el arte es la forma más pura de inmortalidad. Podemos perder la fuerza, el cuerpo, la voz, pero mientras exista el deseo de crear, el show siempre continuará.