- Este artículo está destinado sólo para mayores de edad.
Si bien las películas de zombies se relacionan con el género de terror, los temas que tratan y el desarrollo de la narrativa permiten que se crucen con otros géneros cinematográficos, tales como la acción, thriller, comedia, policial, romance, entre otros. Uno de estos temas es la adicción al consumo, volviéndose en películas con un tinte político-social.
Cómo ya vimos en la primera parte de esta serie, Zombies: la expresión de principios en forma de arte (parte 1), los orígenes de este subgénero retratan el egoísmo de las personas que utilizan a otros para su beneficio personal. Un acto egoísta que manipula la voluntad del otro para que ejecute «el trabajo sucio» de eliminar los obstáculos del antagonista.

¿Quién es el malo de la historia?
En las primeras películas teníamos tres bandos claramente identificados: el antagonista con su agenda particular, los zombies que son humanos que perdieron su voluntad por culpa del primero, y las víctimas que son el obstáculo que el antagonista desea eliminar o utilizar con fines egoístas. Pero con el pasar de los años «el malo de la película» se comienza a desdibujar. Desaparece el antagonista con una intención consciente de generar daño para cumplir un deseo y aparece una culpa asociada a quienes antes eran vistos como daño colateral.
En las películas de zombies de los noventas, el antagonista deja de ser una persona en específico y pasa a ser un accidente, algo abstracto, ya sea un laboratorio particular o un departamento gubernamental incompetente. El origen de la culpa pierde relevancia y la culpa pasa directamente a los zombies. Quienes antes eran un grupo de víctimas convertidos a la fuerza en victimarios, que no tenían más importancia que un daño colateral o una mera herramienta para el verdadero villano de la historia, pasan a ser los culpables directos de su apetito voraz.
Películas modernas, de los 80s y 90s, retratan a los zombies como un ser que actúa no contra su voluntad, si no sin la voluntad de frenar sus deseos.
La adicción al consumo
La película «The return of the living dead» (1985) retrata muy bien esta evolución del subgénero sobre el tema de la culpa o la raíz del problema. En este film se muestra el origen del problema como un mero accidente por parte de dos idiotas. No existe una culpa por mala intención sino solamente por incompetencia de dos empleados de insumos médicos o de laboratorio.
En «The return of the living dead» se resaltan otros aspectos, diferentes a los que el público estaba acostumbrado. Al no existir un malvado puntual con un objetivo puntual, el fenómeno de muertos vivientes afecta de forma masiva a un poblado y ese es un gran cambio en comparación a las primeras películas. La masividad se convierte en un elemento de terror más.
Junto con la masividad, también se muestra a un Estado incompetente que no da a basto o que prioriza sus intereses como civiles antes que su deber. En el subtexto nos da a entender que las personas están desprotegidas y que deben protegerse por sí mismas. Este escenario nos plantea sólo dos bandos: las víctimas de una situación externa, del que no pueden escapar por la masividad, y el de los zombies y su adicción al consumo sin poder saciarse.
Quienes son los monstruos
En esta masividad de consumo, estas películas nos cuestionan ¿de dónde viene ese comportamiento?
En películas como «El amanecer de los muertos» de 1978, y su remake de 2004, nos dan a entender que los zombies tienen una conducta repetitiva que demuestra una lógica en su actuar, humanizando así a estos no muertos, otorgándoles cierta voluntad en las acciones.

Se muestra como los zombies vuelven a seguir los patrones más interiorizados en ellos de cuando eran humanos. Es así como vemos que hordas de personas caminan hacia centros comerciales.
Incluso en la película «Tierra de los muertos» (2005) podemos ver a porristas siguiendo con sus coreografías, payasos intentando hacer malabares, y un dependiente de una gasolinera siguiendo en su puesto de trabajo, repitiendo el movimiento de cargar combustible a un automóvil que no existe.
El subtexto de estas películas, en especial las de G. Romero y artistas que se han inspirado en él, nos plantea cómo la sociedad de consumo se vuelve parte de nuestra humanidad, y que a pesar de dejar de estar vivos permanece ese rasgo como un acto reflejo. Nos plantean como una sociedad con una fuerte adicción al consumo, reflejado como un acto voraz y, que al igual que los zombies, no tiene freno. La masividad de las hordas de «no muertos» no es más distinta que una masa de gente en las ofertas de navidad o que en los días de remate como «cyber days» o un «black friday».
Un apetito voraz de consumo
Haciendo una comparativa con las películas de los 80s y 90s, en que no sólo entre líneas nos habla de la falta de Estado, si no que se ejemplifica en escenas donde militares corruptos salen a saquear en vez de proteger, o políticos junto a científicos están escondidos en bunkers mientras que la gente afuera lucha por sus vidas, la sociedad actual se plantea como enferma por el consumo a beneficio de quienes ostentan el poder. Como si el sobreendeudamiento y el consumo a toda costa no fuese un problema mientras no les afecte a ellos y en sus burbujas de realidad.
Lo cierto es que en esta sed de consumo hay un trasfondo que explica el fenómeno, que a mi parecer, puede ser explicado con una escena de «The return of the living dead». Esta escena puede parecer demasiado surrealista y casi cómica, pero es el derecho a réplica del bando de quienes su apetito los ha llevado a un punto de no retorno.
La escena en cuestión nos muestra primero un contexto: un grupo de sobrevivientes se encuentra en las dependencias de la funeraria del cementerio. Rodeados por zombies, logran capturar a uno para poder descubrir cómo vencerlos, puesto que uno por uno parece una tarea imposible. Lo llevan a la camilla donde preparan a los cadáveres previo al incinerador, lo amarran y lo interrogan. Y aquí viene lo crucial, el zombie habla. Si bien no tiene una conversación fluida debido a que su cerebro está «semi muerto» logra darnos una especie de explicación.

Sobreviviente: ¿Por qué ustedes comen personas?
Zombie: No personas, cerebros.
Sobreviviente: ¿Por qué?
Zombie: ¡Por el dolooooor! El dolor de estar muertos.
*Escena de The Return of the living dead (1985).
Puedes ver el fragmento en este enlace a Youtube
¿Existe una motivación en el actuar del zombie?
Es acaso que parte de la motivación del «zombie come cerebros», la que conoció la Generación X y los primeros Millenials, es un consumo desmedido que les permite aplacar el persistente dolor de saber que no están vivos. Un consumo que sólo disminuye el dolor, pero no lo desaparece. Un dolor constante que no les da paz y los hace estar siempre en la búsqueda para saciar su voracidad.
Siguiendo con esta visión sobre la motivación del zombie, este dolor por calmar y su voracidad es la repetición de un patrón de cuando estaban vivos. Estas películas plantean la visión de que el apetito del zombie y sus ataques en masa a los sobrevivientes no es su lado inhumano sino todo lo contrario. El rasgo humano que aún le queda es el de la adicción al consumo para aplacar un dolor, siendo su incapacidad de frenar la parte zombie, la que se desconecta del cerebro, ese que se debe destruir para destruir al monstruo.
Estas películas nos muestran que la diferencia entre zombie y humano es simplemente la desconexión de su lóbulo frontal, manteniendo la conexión con el límbico porque recuerdan y les duele, y el reptil que los mantiene en movimiento para saciar sus instintos primitivos y de supervivencia. Al final de la historia tanto zombies como humanos actúan por supervivencia. Mientras los humanos disfrazamos nuestro intento de aplacar el dolor en centros comerciales, los zombies salen a la calle en la búsqueda de calmar su apetito y el menú somos nosotros.